jueves, 14 de enero de 2010

Crisis alimentaria: ¿alimentos escasos o malograda abundancia?

Pensando desde la huerta...

Cuando anita está pensativa gusta de ir a ese rincón, ubicado al fondo del territorio… sentarse bajo los árboles, en la tierra, ensuciarse las manos y ver crecer esas lindas y diversas plantas que pronto le darán ricos alimentos sanos.

Los alimentos son una de las grandes cuestiones de nuestros tiempos y son también una gran deuda que tenemos como humanidad. Año tras año en las cumbres presidenciales y en las conferencias de Naciones Unidas se repiten esos objetivos del milenio que afirmaban que debíamos/debemos disminuir a la mitad la cantidad de gente que sufre hambre en el mundo (para el 2015). Pero las crisis alimentarias se siguen sucediendo y año tras año la cifra aumenta en algunos millones más. Actualmente son 1.020 millones las personas “subnutridas” en el mundo (la mayor cifra de personas hambrientas desde 1970) y eso no es a causa de la falta de alimentos.


El incremento de la inseguridad alimentaria no es el resultado de malas cosechas, sino de los elevados precios de los alimentos, los menores ingresos y un desempleo en aumento, que han reducido el acceso de las personas pobres a los alimentos. Pese a que en el último año los precios mundiales de los productos básicos alimenticios han descendido, éstos siguen siendo elevados en comparación con las medidas históricas. Además, los precios nacionales han descendido más lentamente. A esto hay que agregar los efectos de la crisis económica en los ingresos de las personas, lo que explica el nuevo récord histórico en subnutrición que se vincula fundamentalmente con problemas en el acceso a la alimentación.

Por su parte, hay quienes sostienen que existen alimentos suficientes para toda la población mundial. En los últimos 50 años la producción mundial de alimentos ha aumentado de forma vertiginosa, incluso más que la tasa de la población mundial.1 Ello se visualiza a través del índice de la FAO de producción agrícola per cápita que muestra un aumento sostenido de la producción mundial de alimentos básicos entre 1990 y 2006.

Esta disyuntiva se puede explicar tanto por el encarecimiento de los alimentos como porque muchos de los productos generados por la agricultura industrial capitalista tienen fines distintos a la alimentación humana. Una gran superficie del campo es utilizada para generar bienes con alto valor en el mercado pero cuya función como alimento humano es mínima o nula. El drástico incremento de los precios mundiales de los alimentos de mediados del 2008 fue ocasionado principalmente por la nueva demanda de agrocombustibles (biodiesel y etanol), la especulación financiera y los precios récord del petróleo. Así, los alimentos además de ser más escasos, porque tienen otros usos aparte de la alimentación humana, se vuelven mucho más caros.

También hay que decir: los cultivos altamente rentables del agronegocio son producidos en forma intensiva, con una fuerte utilización de insumos y de agroquímicos (como herbicidas, pesticidas y fertilizantes proporcionados por empresas multinacionales) que envenenan nuestros suelos, un alto uso de costosas maquinarias y muy poco empleo de mano de obra, es decir, de trabajo humano. A esto se suma la fuerte concentración en la fase de comercialización, cuando un pequeño grupo de empresas transnacionales tienen la capacidad de fijar los precios.

Frente a esto, las actividades genuinamente generadoras de alimentos son arrinconadas y relegadas a un lugar secundario en la cadena agroindustrial y en el mercado internacional de alimentos. Más de 85% de los alimentos son producidos cerca de donde se consumen, a nivel local, regional o al menos nacional, y la mayoría gracias a campesinos y productores de pequeña escala, a indígenas, pescadores artesanales, pastores nómadas y pequeños horticultores urbanos, que en conjunto son más de la mitad de la población mundial, pero alimentan a muchísimos más y llegan a quienes más lo necesitan. La pequeña agricultura, la actividad agroganadera familiar y/o campesina, la de los grupos de huerteros/granjeros que se encuentran en cada ciudad de nuestro país, es la que provee y proveerá a las casas, las familias, las ciudades, el país y el mundo de alimentos sanos y nutritivos. Alimentos diversos que se enfrentan a ese campo uniformador y monoproductor (o bien productor de una reducida variedad de cultivos), pero altamente rentable, que los arrincona.

Es por eso que es imprescindible que como sociedad nos preguntemos qué campo queremos, quién controla lo que comemos, quién fija sus precios… porqué hay hambre en un país, en un mundo, con abundancia?

Es necesario revalorizar la pequeña agricultura y ganadería que nos garantizan además de alimentos variados y sanos, una actividad que perdura en el tiempo sin saturar la tierra. Porque una variedad de cultivos y una rotación agricultura/ganadería permiten el desarrollo de una actividad sustentable, que además asegura trabajo digno para muchas más personas.
Es indispensable que en los países del hemisferio sur impulsemos modelos agrícolas alternativos, que nos permitan generar nuestra soberanía alimentaria. Especialmente en la coyuntura que atravesamos, debemos aprender de los errores del pasado y apoyar modelos agropecuarios que realmente se adecuen a nuestras necesidades. Esa es la ecuación pendiente para un campo sustentable. Asegurar una vida sin hambre es el valor fundamental que tiene la producción en pequeña escala y diversa. Y es necesario que haya más tierra en manos trabajadoras para que el campo vuelva a su función de garantizar alimentos nutritivos para los seres humanos del mundo.

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